Debemos desarrollar un ecosistema de innovación a partir de nuestra historia, cultura e idiosincrasia. Con errores y aciertos.
El concepto “Chilecon Valley”, donde se espera replicar al exitoso modelo de Silicon Valley en nuestro país, siempre ha tenido adeptos. En el año 2015, y con un presupuesto aprobado por 12.000 millones de pesos se dio luz verde a un Parque Científico Tecnológico en Concepción, el “Silicon Valley del Bío-Bío”. Estaban destinadas 100 hectáreas para el proyecto, pero el año 2021 la obra se paralizó. Se decidió reservar el terreno para un hospital.
¿Cuál es la probabilidad de replicar un modelo Silicon Valley en nuestros países? Cero.
Porque no se trata de implementar un modelo que fue muy exitoso que comenzó en los años 60 y 70 en California. Cuando el contexto histórico era distinto (Guerra Fría) y se vivía una cultura amante del riesgo (apertura a la libertad y diversidad cultural y racial). En esa experiencia había nexos entre las instituciones (gobierno, inversionistas, academia y emprendedores) y una forma de pensar y actuar muy distintos a los de hoy.
Todos sabemos que es un modelo exitoso, pero también debemos poner los pies sobre la tierra. Tenemos que ser muy conscientes de generar y fomentar un ecosistema de innovación y emprendimiento a partir de nuestra historia, cultura e idiosincrasia.
Voluntad política para desarrollar un ecosistema de innovación
Un ecosistema de innovación y emprendimiento (EIE) se define como un conjunto de redes de actores e instituciones que interactúan en un territorio específico, con el propósito de adaptar, generar y/o difundir innovación. En este sentido, y dado lo observado en ecosistemas internacionales como Silicon Valley, su desarrollo se da cuando las organizaciones presentes se relacionan entre sí. Cuando tienen la capacidad única de colaboración y coordinación, y definen propósitos y desarrollan iniciativas en conjunto. Todo con el objetivo de generar más startups e impulsar la innovación en las organizaciones presentes.
Para ello, es indispensable la voluntad política, es decir, un conjunto de declaraciones y compromisos realizados colectivamente por las instituciones clave del ecosistema. Estos organismos establecen un sentido de propósito respecto al mismo y permiten sostener distintos esfuerzos a lo largo del tiempo. Dicha voluntad nunca está presente en un EIE si no existe como mínimo, algún actor (organización) que la sostenga. No ocurre de forma espontánea y se construye a través de múltiples gestos recurrentes que deben ser reafirmados una y otra vez por los actores empeñados en acelerar el ecosistema.
En este sentido, desarrollar un ecosistema local es como emprender, entendiendo que habrá dificultades y tropiezos. Es necesario saber que, si no intervienen o no se desarrollan las condiciones, no ocurrirá el crecimiento esperado. Y que, si lo hacen, los resultados serán imprevisibles y a menudo adversos.
Cada intervención genera un conjunto de relaciones causa-efecto. Algunas serán indeseables y otras insospechadas, pero positivas. La clave es perder la ilusión de control, ya que no se puede garantizar los resultados de cada proyecto o de cada peso invertido en impulsar el ecosistema. Se requiere una buena dosis de coraje y determinación para aceptar el reto de “meterse con” un ecosistema.
Silicon Valley nunca nació como un plan diseñado entre cuatro paredes. Tampoco se replicó un modelo de otro país. Simplemente emprendió con las personas e instituciones adecuadas en un contexto muy particular, con errores y aciertos. Por lo mismo, tenemos que estar muy orgullosos y optimistas de nuestro ecosistema de innovación y emprendimiento chileno, que tiene sus aciertos y errores, pero que no deja de creer e impulsar nuevas y mejores iniciativas de cara al mundo.
Infórmate sobre el curso “Herramientas de análisis estratégico para el apoyo a la gestión organizacional” (a distancia) de Teleduc.